Actualidad Escribe: Enrique Chávez | Marcha contra el retorno del fujimorismo dramatiza y polariza la última semana de campaña. Escenarios al filo de la elección.
Maremágnum
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Más de 50 mil personas se movilizaron el martes 31 entre las plazas San Martín y Dos de Mayo.
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En medio del ‘apagón’ de encuestas y un segundo debate presidencial que ahondó las diferencias, Fujimori y PPK oponen sus principales argumentos: democracia contra autoritarismo, promesas de combate a la inseguridad ciudadana. El Perú llega dividido al domingo 5 de junio y confronta el desafío de construir gobernabilidad.
Dramática Definición
Un balotaje de pronóstico reservado entre Fujimori y PPK. La defensa de la democracia es el eje, sea cualquiera el resultado.
Pedro Pablo Kuczynski comenzó con viada la última semana de campaña. Su desempeño en el segundo debate –con todas sus limitaciones de retórica y reacción– marcó una clara diferencia con relación al encuentro en Piura. No solo le sacó lustre a su experiencia y su conocimiento en economía, sino que también proyectó con mayor nitidez el contraste entre democracia y autoritarismo, con los reflectores puestos sobre la amenaza de la influencia de la corrupción y el narcotráfico en la política.
Un mensaje que hilvanó con la multitudinaria marcha contra el fujimorismo celebrada dos días más tarde en Lima, y replicada en puntos del interior y el exterior. La excandidata del Frente Amplio, Verónika Mendoza, hizo explícito su apoyo a PPK. A ella se sumó el concurso de otros líderes como Lourdes Flores Nano y Julio Guzmán. El candidato optó finalmente por no asistir, aunque reiteró su total coincidencia con la movilización.
Las cartas estaban todas echadas y los actores dispuestos en un tablero de marcada polarización.
Pero, ¿y si gana Keiko Fujimori?
Porque el domingo 5 probablemente culmine un largo período de gestación. Y no de 500 días, como se bromea en estos días por las supuestas licencias de maternidad que ausentaron tanto a Keiko durante su discreta gestión en el Congreso.
La que puede terminar es una prolongada incubación política de tres lustros, que comenzó cuando la candidata de Fuerza Popular se quedó en el Perú a recoger los platos rotos del desastre final del fujimorismo, ahogado en un mar de ilegalidad y corrupción.
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Verónika Mendoza y el Frente Amplio hicieron explícito su voto por PPK y reiteraron su compromiso opositor.
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Los juicios posteriores –tanto contra su padre Alberto Fujimori como a su exasesor Vladimiro Montesinos, al igual que a miembros de su cúpula cívico-militar– legitimaron para la historia una perspectiva que había sido largamente advertida por un puñado de medios como CARETAS.
Es cierto, el decenio fujimorista tuvo aciertos importantes relacionados sobre todo con el inicial saneamiento económico, la lucha contra el terrorismo y las cuestiones limítrofes. Pero el costoso revés de esa moneda liquidó la institucionalidad del país, destruyó la democracia y esquilmó las arcas públicas. Como lo recordó Kuczynski en el debate del domingo 29, el estado de las finanzas públicas en el año 2001 era deplorable.
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Sospechoso activista del voto en blanco en las inmediaciones de la Universidad de Lima.
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Los vladivideos marcaron un nuevo hito en la historia mundial de la corrupción. Los crímenes de lesa humanidad se perpetraron con pleno conocimiento y complicidad de los estratos más alto del poder. El clientelismo indiscriminado se aprovechó como pocas veces de un electorado con pocos recursos y menos educación. Buena parte del establecimiento político y económico también cayó rendido a los pies del autoritarismo. La variante chicha del capitalismo salvaje se tomó a la sociedad.
Y aquí estamos, casi a punto de que Keiko Fujimori vuelva como presidenta a Palacio de Gobierno.
Es indudable que el sortilegio combinado del populismo de derecha y el pisotón civil-militar no hubiera sobrevivido por sí solo. En una de muchas paradojas, la candidata que emergió de un gobierno que despreció y destruyó las formas democráticas es la que más constante trabajo político ha realizado en estos 15 años. Mientras casi todos los demás reaparecían para las elecciones, Fujimori viajó incansablemente por el país y son frecuentes las anécdotas de quienes la vieron sola abordando aviones.
A pesar de evidentes avances sociales, que por cierto van mucho más allá del libre funcionamiento del mercado, el acelerado desgaste de tres gobiernos democráticos también ha suavizado el impacto del recuerdo del fujimorismo. Los errores de la clase política han sido muchos, particularmente expresados en un Congreso degradado y la creciente atomización del poder.
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Recuerdo proyectado de los ‘Vladivideos’.
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Pero es imposible no subrayar que buena parte de la prensa trató a la democracia con una inflexibilidad que ojalá hubiera exhibido durante el oprobio de los noventa. Para un importante porcentaje de la opinión pública no se diferencia una agenda con anotaciones a mano que el espectáculo decadente de la cleptocracia.
Y ya se sabe que Keiko no es Alberto. Pero tampoco se sabe muy bien qué es.
La candidata mandó al desván a los rostros más representativos del fujimorismo añejo. A pesar de ello, en las últimas semanas su campaña deja ver grietas que no le abonan en nada a su toma de distancia.
Joaquín Ramírez, el secretario general y financista principal de su partido, se ha visto involucrado en una pesquisa sobre narcotráfico de la DEA. Aunque era público que en el Perú lo investigaban por lavado de activos y no tiene ningún pergamino político, Keiko lo tuvo al frente de Fuerza Popular durante dos años.
Su sucesor y candidato a la vicepresidencia, José Chlimper, ya está hasta el cuello en un escándalo de suministro de material manipulado a la prensa. Y lo que buscaba tapar era precisamente el caso Ramírez, lo que ofrece una idea de la posible gravedad de la situación y la persistente proclividad por los métodos montesinistas.
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Y ya se sabe que Keiko no es Alberto. Pero tampoco se sabe muy bien qué es.
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El empresario Chlimper fue ministro del último fujimorismo, el de la re-reelección ilegal y del poder por el poder. Y, lamentablemente, el otro rasgo exhibido por la campaña de FP remite a la intolerancia política. A diferencia de sus rivales, los fujimoristas no han asistido a las convocatorias en las que funcionarios públicos han expuesto la situación de los distintos sectores.
El fujimorismo confunde la diferenciación con un gobierno debilitado y el mantenimiento de las políticas de Estado. Un peligroso complejo de Adán que hoy se expresa con propuestas populistas disparatadas, como la eliminación del 24x24 para la Policía, el imposible decreto del Estado de Emergencia para Lima y la condescendencia con la corrosiva minería ilegal.
Si PPK termina por revertir el marcador, enfrentará sus propios desafíos de gobernabilidad. Pero si Fujimori confirma la tendencia de las últimas semanas, se verá obligada a ofrecer señales inmediatas y contundentes de apertura. Tanto en la conformación del gabinete como en la relación del Ejecutivo con el Legislativo, a pesar –y también debido a– la mayoría que FP obtuvo en el Congreso.
Las expresiones de oposición a un posible retorno del fujimorismo, como la multitudinaria marcha celebrada el martes 31, reiteran que un gobierno de Keiko no solo no tendrá el punto de partida autoritario que la administración de su padre tuvo a partir del 5 de abril de 1992 y el Congreso Constituyente Democrático. Además enfrentará de saque una oposición que aglutina a ciudadanía transversal a sectores socioeconómicos y simpatías políticas.
Una perspectiva en caso gane Keiko es la del cierre de ese círculo. La crisis económica y social legó al fujimorismo, cuyo fracaso dio paso a un ciclo de alternancia que no se pudo sacudir de su herencia y que lo termina por devolver al poder.
Según la otra mirada, una Fujimori retornaría al gobierno en plena democracia. Y el país, resuelto a defenderla con audacia y optimismo, se aseguraría que el 28 de julio del 2021 la banda presidencial vaya a ceñirse en otro actor político.
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